Pátinas degradadas por Josué Fernández

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De mayor o menor familiaridad con la palabra pátina, este término quizás resulta asociado en general con la huella que deja por todas partes el curso del tiempo.

El vocablo pátina viene del latín, y quiere decir plato, de donde tomó significado por el barniz de que están revestidos tales objetos.

Hoy sería de gran aceptación, incluida la de las autoridades del idioma, que ciertas cosas adquieren carácter indefinible o sello tras los años, para bien o mal.

En Rusia por ejemplo, con conveniente visión, surgió la degradación de la pátina de las piezas de la fábrica de porcelana de San Petersburgo, proveedor de ediciones exclusivas para la corte rusa, para proyectar el mensaje bolchevique en el extranjero, y mostrar un apego revolucionario inesperado a valiosas tradiciones del pasado.

Sin embargo, aquella positiva experiencia comunista rusa de la pátina de su cerámica pareciera irrelevante al menos en Cuba y Venezuela, dos de los seguidores más escandalosos al replicar sus enseñanzas ideológicas en América Latina, que en la práctica han preferido la destrucción final de estos dos países, ya con casi nada en pie.

El estrago se oculta en la cadena de medios impresos y audiovisuales con mordazas pagadas a través de recompensas oficiales, o ahogados con expropiaciones, persecuciones y cárcel, exilios forzados, bloqueo de insumos clave; por lo que el tormento colectivo se sufre en la intimidad, y se comparte entre un reducido grupo de personas con acceso a redes sociales, o en filas de calles de racionamiento de alimentos, medicinas y servicios bancarios.

En su desesperación, la gente se pregunta quién se está beneficiando con la riqueza desaparecida, porque la pista no se encuentran entre el pueblo oprimido, improbable en la oscuridad informativa, y apenas se sospecha de capitales resguardados en paraísos fiscales, y propiedades de multimillonarios a nombre de testaferros de altos encumbrados de la tiranía.

A Venezuela, se le sufre adentro, mientras por fuera se siente compasión, como ocurriría con el disminuido personaje de la cumbia colombiana “Si la Vieran”, a continuación en la voz del cantante y compositor Lisandro Meza.

Estar más flaca, famélica, es corriente para la población venezolana de 2018 que sufre el daño de una mala suerte de veneno químico −flotando en el aire durante dos décadas de dominación comunista−, y capaz de provocar síntomas de la anorexia y la infelicidad propia de los abandonados; y ni medicinas, ni hospitales para dar abasto al inmenso número de enfermos.

El asunto representa una tragedia en extremo dolorosa porque azota a un conglomerado que se acostumbró a vivir cómodamente y sin gran esfuerzo por la renta salvadora de los precios altos de petróleo, perdiendo aptitudes para sobreponerse a crisis sin favores populistas provenientes de alguna autoridad civil o militar, loterías o apuestas baratas.

La misma ropa con la que anda Venezuela a punto de terminar en harapos, como en la canción de la mujer engreída, es vestigio de épocas boyantes en las que el sobrante del enriquecimiento ilícito fue de tal magnitud que alcanzó para mejorar el semblante al país.

Sin embargo, como la pátina ruinosa de la Cuba castro-comunista, extendida a los cómplices ideológicos, también se multiplican cementerios urbano de edificaciones que decaen por mantenimientos demorados, el cierre de centros y paseos comerciales por quiebra de inquilinos o propietarios, las vías defectuosas a causa del deterioro del pavimento, y la negrura de avenidas y autopistas por fallas sin corrección del alumbrado público.

Quedaría por añadir que el traje raído de Venezuela crece asimismo con un vandalismo de excesiva tolerancia policial en el robo de cables eléctricos, de internet, de televisión por suscripción, tapas metálicas de cloacas y acueductos, y todo lo que tenga precio en el mercado negro. El principio para dar fin a cualquier pesadilla, a menudo se percibe al “Sentir de pronto amanecer con una inmensa claridad, y dejar atrás lo que era gris para descubrir lo que es verdad”.

Esa recomendación quedó escrita así en la composición musical “El Despertar”, que cantó el Bolerista de América, Felipe Pirela,

Edición: PabVen

 

 

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