Va de replay: Caracas sin agua…y sin luz

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Esta vez, un disparo preciso de larga distancia, todo una inspiración de la cinta El Francotirador de Clint Eantswood, dejó a Caracas y el resto de Venezuela sin luz ni agua. El hecho nos motivó a un replay de esta crónica robada a García Márquez, donde quiera que se encuentre:

Gabriel García Márquez/El otro mundo.- El sábado 10 de junio de 2019, luego de pinchar Dólar Today, Wilkerman Burkart, nieto de un ingeniero alemán que vivió un pent-house de San Bernardino, fue hasta la panadería y pagó por 15.900 bolívares soberanos por una botella de litro y medio de agua mineral para afeitarse y lavarse la cara.

Aquella mañana parecía mortalmente tranquila. De la cercana avenida Urdaneta no llegaba el ruido de los automóviles ni el estampido de las motos. Caracas parecía una ciudad fantasma. El calor abrasante de los últimos días había cedido un poco, pero en el cielo alto, de un azul denso, no se movía una sola nube. En los jardines de las quintas, en el islote de la Plaza de la Estrella, los arbustos estaban muertos. Los árboles de las avenidas, extendían hacia el cielo sus ramazones peladas.

Burkart tuvo que hacer su acostumbrada cola para ser atendido por los dos comerciantes portugueses que hablaban con la clientela de un mismo tema:  esa mañana había estallado en la radio y en las redes como una explosión dramática que el agua se había agotado en Caracas, como consecuencia de un mega apagón que sumió en tinieblas la totalidad del territorio venezolano.

A partir de esa mañana, como consecuencia de la imprevisión, el desfalco y la improvisación, se repetía un verano artificial similar al que azotó al país en 1958. El suministro de agua estaba suspendido y el gobierno no daba razones, ni anunciaba medidas de extrema urgencia para evitar que la población pereciera víctima de la sed.

El gobierno no anunció medidas de emergencia para garantizar el orden público, como era de esperarse. Tiempo después, ante las protestas y saqueos, el presidente Maduro por fin dio la cara y exigió a los llamados colectivos, activarse de la manera más enérgica en defensa de su revolución, hecho que no tardó en calificarse como un llamado directo a una guerra civil.

Los únicos periódicos impresos, de orientación oficialista  se limitaban a divulgar las palabras del Ministro de Defensa, Vladimir Padrino, sobre la total normalidad que reinaba en el país, respaldada con una gráfica del presidente Maduro bailando salsa con la primera combatiente.

A Burkart no se le ocurrió preparar el café con agua mineral y prefirió maldecir en alemán. Aprovechó la cola para comprar un jugo de fruta que quedaba en la nevera. Cuando agotó la botella de agua Burkart se volvió a afeitar con una naranjada y un jabón que no produjo espuma.

Observó una señora de avanzada edad regando el jardín y se indignó, pero con la herencia de su cuadriculado cerebro germano, se dedicó a hacer cálculos y pronósticos. Lo que no tomó en cuenta era que el problema no era de agua, sino de la energía eléctrica necesaria para activar las bombas. Tardó horas en apartar la regla de tres para aceptar que estaba en manos del azar oficial.

La vecina continuó regando las flores con lo que quedaba en el tanque de su condominio y hasta pensó en denunciarla, pero no lo hizo por temor a que fuera una cooperante y terminar en la temida tumba de ElHhelicoide por terrorista. De hecho la señora le reiteró: “Mientras haya agua no voy a dejar morir mis flores”.

Burkart desempolvó la vieja regla de cálculo de su abuelo para descubrir que si las cosas seguían como hasta entonces, el botellón de agua le alcanzaría para tres días y el jugo de frutas para afeitarse una o dos veces más. Fue entonces que decidió dejarse crecer la barba y olvidarse de una vez por todas de su ancestral costumbre de la afeitada diaria, a lo Gillete.

Mientras, el gobierno pedía serenidad y acusaba al imperialismo yanqui del apagón y la falta de agua, los portavoces oficialistas felicitaban al pueblo por su valentía.

Dejó el viejo Ford en el garaje para no ponerle agua al radiador y en su camino a la oficina al pasar por la primera bomba de gasolina, observó una cola de automóviles y un grupo de conductores vociferantes. Era una de las tres o cuatro estaciones en toda la ciudad que aún estaban abiertas porque contaban con planta eléctrica para bombear el combustible.

La avenida Urdaneta estaba desconocida: no más de 10 vehículos a las 9 de la mañana. En el centro de la calle, había unos automóviles recalentados, abandonados por los propietarios. Los bares y restaurantes no abrieron sus puertas. Colgaron un letrero en las cortinas metálicas: Cerrado por falta de agua y luz. Para colmo, el Metro de Caracas tampoco prestaba servicio.

En los edificios de oficinas no se trabajaba: todo el mundo estaba en las ventanas. Burkart preguntó a un compañero de oficina venezolano, qué hacía toda la gente en las ventanas y  respondió: están viendo la falta de agua y de luz.

En las calles, los especuladores hacían su agosto en dólares con venta de agua hervida y recarga de batería para teléfonos celulares, mientras que un grupo de ciudadanos solidarios le hacían la competencia con un servicio gratuito.

Burkart descendió por las escaleras del viejo edificio donde estaba situada su oficina y en el descanso encontró una rata muerta. No le dio ninguna importancia; pero esa tarde cuando subió al balcón de su casa a tomar fresco después de haber consumido otro litro de agua, observó que gatos, perros y hasta ratones, salían a la calle en busca de alivio para sus gargantas resecas.

Mientras tanto,  el ministro de defensa insistía en que no pasaba nada, y el otro presidente, Juan Guaidó, junto a la Asamblea Nacional, firmaban el Estado de Alerta Nacional y llamaban a los ciudadanos a tomar las calles de Venezuela en protesta contra el gobierno.

Los periódicos digitales reseñaban la muerte de por lo menos 26 pacientes en centros asistenciales como consecuencia directa de la falta de electricidad e inoperatividad de las plantas eléctricas. Las intervenciones de emergencia se hacían con la luz de los celulares y las reanimaciones de los recién nacidos de manera manual con los dedos índice y anular de los galenos.

Se conmovió con el relato de una señora que anduvo visitando hospitales cerrados con su hija moribunda por la sed y el hambre, hasta que falleció en sus brazos.

La ciudad estaba completamente paralizada, mientras la ayuda humanitaria permanecía represada en la frontera con Colombia y el gobierno mantenía su posición de no permitir el envío, por ejemplo, de un convoy de los Estados Unidos desde Panamá, con aviones cargados de tambores de agua y combustible para activar las plantas y paliar la sed.  

Cientos de caraqueños optaron por irse al putrefacto Río Guaire con bidones para recolectar presunta agua potable de una descarga, ya que los manantiales que bajan  del cerro El Ávila fueron  declarados militarizados.  

Wilkerman creyó percibir que el mal olor a sudor colectivo se había apoderado de la ciudad, al igual que los rumores. Pensó en un incendio de los cerros y la falta de agua y gasolina para los carros de los bomberos, También en los saqueos masivos de auto mercados y ventas de bebidas qye ya habían acabado con medio Maracaibo,  y en la invasión de viviendas.

Lo que si no resultó rumor fue la represión. El último caso, el de la detención y acusación de terrorismo de un periodista por informar sobre el apagón y las consecuencias de la falta de agua. Tampoco lo fue la reseña de la celebración a todo lujo de los 15 años de la hija de un jerarca del régimen, gracias a una planta eléctrica de última generación, tan silenciosa que no pperturbó el acostumbrados vals Conticinio que precede la celebración.

 Burkart regresó a su casa con su botella de agua bajo el brazo, con lo que pudo agregarle del enfriador de la oficina y se dedicó a seguir los pocos e intermitentes tweets que permitía el colapso de Internet.

En su camino encontró que la vecina aún regaba las flores y echaba pestes a Maduro. Le preguntó que si iría a la convocatoria de protestas convocada por Guaidó y contestó que no, porque tenía que sacar al perro a cagar y a tomar agua en la fuente de la plaza.

A pesar de que el gobierno trataba de evitar la desmoralización, el estado de cosas no era tan tranquilizador como lo presentaban las autoridades. Prueba de ello era el anuncio de la embajada de los Estados Unidos de retirar de Venezuela todo su personal diplomático. Ellos también se estaban quedando sin agua y gasolina para encender la planta eléctrica.

El martes, la ciudad amaneció totalmente paralizada, tras 100 horas de un apagón que ha dejado 26 mil toneladas de alimentos podridos y borró del mapa el acostumbrado café con leche, porque la leche se convirtió en amargo yogurt.

Burkart perdió su compostura germana, al percatarse que en las próximas horas no habría dinero en efectivo, alimentos, ni mucho menos agua embotellada, a pesar de que ya no la necesitaba para afeitarse pues se sentía más atractivo con su barba.

En el silencio mortal de las 9 de la noche, el calor subió a un grado insoportable. Burkart abrió puertas y ventanas pero se sintió asfixiado por la sequedad de la atmósfera y por el olor, cada vez más penetrante a mal sudor colectivo.

Calculó minuciosamente su litro de agua ante la sed producida por los alimentos secos y se acostó boca abajo en la cama ardiente, sintiendo en los oídos la profunda palpitación del silencio. Se desnudó por completo, tomó un sorbo de agua y se tumbó en la cama bocabajo.

Cerró los ojos y soñó que entraba al puerto de Hamburgo, timoneando un velero. Cuando el barco atracaba, oyó lejana, la gritería de los muelles de un grupo de venezolanos exiliados que entonaba el grito ¡ Llegó la libertad! y entonaban “Venezuela” , el himno de la diáspora.

Mientras tanto,  un gigantescos buque cisterna cargado de agua partía rumbo a La Guaira. Despertó sobresaltado y sintió un tropel humano que se precipitaba hacia la calle.

Una ráfaga cargada de agua tibia y pura, penetró por su ventana. Necesitó varios segundos para darse cuenta de lo que pasaba: llovía a chorros y la gente bailaba de alegría.

PabVen/Franck Armas/Foto: Archivo Hemeroteca.

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