Valió la pena esperar por los Olímpicos

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A las cuatro de la tarde ya caminábamos entre una abarrotada multitud.Teníamos la esperanza de ubicarnos a corta distancia del Obelisco de Buenos Aires: misión imposible.

La opción, pactar con un hueco frente a una de las gigantescas pantallas LED, sólo para no perderse detalles, porque la desafiante ceremonia cargada de alta dosis de vértigo tendría lugar en lo largo del monumento.

A las seis de la tarde, hora convocada para la puesta en escena, el sol alumbraba la 9 de Julio,  como las luces artificiales al estadio del River.

Los cientos de miles que acudieron convinieron con silencio cómplice, esperar a la oscuridad de las ocho de la noche. Los genios de Fuerza Libre subieron el telón vertical de los rayos láser sobre El Obelisco y  prendieron la fiesta.

Acróbatas, fuegos artificiales y un show audiovisual cómo jamás habíamos contemplado, hipnotizaba a la ciudad de Buenos Aires como preludio de un jolgorio al aire libre. Más de 200 mil almas cantaban, bailaban o brindaban para aliviar la verticalidad de la espera.

No hubo necesidad, por ejemplo, de apelar al recurso cinematográfico de  “Gravity” sobre el obelisco. Las bicicletas BMX, los  kayaks y  atletas compitiendo sobre la pista lunar, se encargaron de la tarea.

En paralelo, mientras se montaba el desfile de las banderas, las elevadas carrozas cargadas de reaggetón aliviaban la tensión de los cuellos tensos de tanto mirar hacia El Obelisco.

Al final y gracias al protocolar orden alfabético, una inmensa ovación opacaba la música cuando ondeaba la bandera de Venezuela. Mi hijo exclamó: ¡Jugamos de locales!

Celebramos la ocurrencia hasta que Argentina se encargaba de cerrar el desfile y los aplausos sumaban a los de la «albiceleste».

-¡Casi un empate!-, convino

Se presentía el final de fiesta. Como era de esperarse, la llama olímpica, las palabras de aliento del presidente del Comité Olímpico Argentino, Gerardo Werthein, y su colega a nivel mundial, el también medallista olímpico, Thomas Bach.

Luego, la conmovedora presentación de «los Jabalíes salvajes» de la cueva inundada en Tailandia, un detalle perfecto para servirle la mesa a Macri y al alcalde Rodríguez, quienes con mucho más aplausos que rechiflas dejaban inaugurados los juegos.

Aún no bajaba el telón:  en un balcón vecino, una pareja de bailadores marcaba los primeros pasos de uno de los tantos himnos porteños. Mora Godoy, como debía ser, le ponía el toque local al festejo. Más de diez parejas vanguardistas ratificaban con un tango,  que valió la pena esperar por un seis de octubre en Buenos Aires.

REDACCION PABVEN/ FOTO: OLÉ

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